No sé si con mis palabras podré describir todo lo que mi corazón siente en tan injustos momentos, pues a veces la vida golpea tan duro que las emociones anulan por completo el sentido de los términos y cualquier capacidad de parafrasear. Porque en instantes como estos lo más lógico es dejar que los desconsolados sentimientos fluyan sin que nadie les corte las alas, pues será ese reguero de tristezas el que deje huellas imborrables que nos recordarán día tras día lo que desde hoy nos falta. Tú Antonio, tú eres quien nos faltas. Y tus goles, y tu sonrisa, y tu jovialidad, y tu saber estar, y tu amabilidad, y tu sencillez, y tus manos dedicando a tu abuelo otra de tus genialidades, y tu mirada limpia, y tus regateos... Con gran convencimiento pienso que eras una de esas personas a las que no hace falta conocer para saber de primera mano de qué madera está hecha. A ti te sobraba lo bueno. Eso se podía palpar en el ambiente que te ha despedido entre vítores de héroe. Los que te conocieron y los que no pudimos gozar de ese orgullo coincidimos en el mismo lema: se ha dio a los cielos un gran futbolista, pero por encima de eso, una gran persona que se dejó -literalmente- el corazón en el terreno de juego defendiendo lo que más quería, su Sevilla F.C. La vida es así de injusta y se ensaña siempre con los más débiles. ¡Qué pena más grande, Dios mío!
He pasado días amargos, siempre pendiente del mediodía para escuchar un nuevo parte médico que pronosticará un rayito de luz en ese oscuro túnel. Mi familia consternada y especialmente mi madre aún hoy tiene los ojos tristes de tanto llorar, pues como madre que es comprender la amargura que debe sentir la tuya viendo que un hijo pende de un hilo. Yo, en todo momento me negaba a creer que a un chaval casi de mi misma edad y con tantos sueños por cumplir le fuera arrebatada la vida de un soplo sólo porque una maldita enfermedad congénita hubiera “despertado”. No, eso no podía ser y tú Antonio debías luchar como los grandes y meter un memorable gol al más allá. Los médicos decían que habías resistido lo peor, lo que casi nadie tiene agallas a aguantar y ahora llegaba tu momento para echarle un capote a la muerte. Hasta en eso fuiste valiente como los toreros. Todos te apoyamos, rezamos en las noches para que no te fueras, todos nos unimos fuerte para que sintieras desde esa camilla las vibraciones positivas que te debían ayudarte a reaccionar. Pero tu corazón iba de mal en peor y ya se hablaba de milagro si te salvabas. Soy creyente y te juro Antonio que pensé que iba a darse, simplemente porque te lo merecías y por todo lo que dejarías atrás si decidías caminar hacia el Cielo y animar a tu equipo de otra forma. Una familia rota de dolor, un hijo que antes de nacer ya tendría marcado su destino, una equipo que se quedaba huérfano de sonrisas, una afición que no sería la misma si tú te marchabas, gargantas que ya no gritarían tu nombre en el Ramón Sánchez Pizjuán, un número que ya nadie cargaría sobre sus espaldas en homenaje a tu memoria, un minuto que recordaríamos en cada partido por siempre. Sí Antonio, todo eso dejarías si te ibas. Pero nada fue suficiente y sin querer, causaste un hondo dolor en todo el panorama deportivo, social y político. Todos lloramos en tu despedida y hasta el último momento te acompañamos para que nunca te sintieras solo.
Ahora solo quedan los recuerdos, las fotos, la penosa situación de no verte cada domingo en el estadio. Todo y nada. De todos las explicaciones posibles que se han ido sucediendo para poder “entender” tu marcha me quedo con una: contigo Antonio, Dios tenía planes desde hace mucho tiempo pero dejó que disfrutaras de todos los triunfos sevillistas conseguidos durante este año gracias a tu maravilloso gol que nos dio el pase a la gloria. Dios dejó que vivieras todo lo que un futbolista sueña tener en su palmares y también quiso que sembraras la semilla que muy pronto veremos corretear por lo aledaños del campo de fútbol que te hizo crecer como deportista y como persona. Permitió todo ello, pero una noche de agosto D. Ramón Sánchez Pizjuán pagó la cláusula de tu contrato para que subieras como un rey; eras la pieza clave que faltabas que el rompecabezas futbolístico que tiene montado en el Tercer Anillo. Y llegó el momento que todos nos temíamos aquí y que anhelaban allí. Aquí estamos de luto, allí de fiesta por quien llama a la puerta de San Pedro.
Estoy segura que desde donde estés, irás ataviado todos los domingos con la bufanda rojiblanca y cantarás los goles del Sevilla F.C., y que protegerás siempre a quienes dejaste con la miel en los labios. Dice Del Nido que todo lo que consiga el Sevilla a partir de este momento, sólo irá engrosando el recital de títulos en homenaje a tu persona. Porque eres tan grande que mereces lo mereces todo. Hasta luego Antonio.
PDA: Si ves por ahí a mis abuelos, dales un besito de mi parte ¿vale?
Rocio Fidalgo Vela
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